martes, 6 de septiembre de 2011

La vida se te hace difícil cuando te toca vivir en un pueblo como el mío, en unas circunstancias como las mías. A algunos la palabra pueblo, le transmite paz, tranquilidad, rústico y apacible, en un lugar hogareño, agradable, familiar, sobre todo tradicional… Pues eso para mí, es mi mayor perdición. Me llamo Scoffie y tengo veinte años. Me crié de forma humilde conviviendo con mis padres y con mi abuela materna, en una pequeña granja en Inglaterra rodeados de campo y autoabasteciéndonos de nuestras propias cosechas.

Para quien se lo esté imaginando, si, parte de mi infancia la pasé con un peto vaquero, una camisa de cuadros y un sombrerito de paja y aunque siempre he llevado mis estudios al día, lo combinaba grácilmente con la labor de recoger tomates y darle de comer a las vacas día a día. Mi padre, se encargó en hacer de mí todo un hombre capaz de seguir sus pasos y así continuar cuidando con aquel terreno al que tanto tiempo él había dedicado y por supuesto con el negocio textil familiar, y es que la lana de nuestras ovejas era de las más cotizadas del lugar.

Todo fue bien en mi infancia ya que no me quedó otra que acatar el ejemplo de mi familia… Pero la verdad es que siempre tuve la sensación de ser el descarrilado. Al cumplir los 14 años, como cualquiera de mis compañeros de clase, comencé a desarrollarme sin embargo, tan solo por mi rostro aniñado ya me llamaban nenaza pero eso solo fue un precedente de los siguientes años. Muchos de mis amigos comenzaron a salir con chicas y eso me hacía sentir frustrado ¿Por qué yo no era capaz de poder ver a una mujer con esos ojos lascivos llenos de deseo que mostraban mis amigos? ¿Por qué rechazaba las pocas invitaciones que me proponían para ir al baile de principios de estío? La respuesta era clara, Homosexualidad. Nunca había oído esa palabra, de hecho por muy extraño que parezca y aunque estemos en pleno siglo XX, parecía que en mi pueblo no había de eso. “Los hombres con mujeres, y las mujeres con hombres, no hay otra combinación posible, es ley de vida”, esas fueron las palabras de mi padre y de hecho parecía que aquello era un tabú para todos así que ahí me encontraba yo totalmente ignorante, impotente e inconsciente de mi situación y aquello no mejoró.

A mis dieciocho años, estaba totalmente convencido de que era un bicho raro por querer amar a un hombre en vez de a una mujer y eso junto a la idea de que decidí seguir estudiando al terminar mis estudios secundarios, hizo que mi situación familiar fuese totalmente insoportable. Mi abuela, la que siempre vio a mi hermano mayor como la joya de la familia, comenzó a repudiarme cada vez más, mi padre por su parte me trataba como si de un enfermo me tratase y mi madre, sin duda de la que más me dolió, apoyaba a mi padre quizás por que verdaderamente estaba defraudada o simplemente por miedo a contradecir a mi padre. Pero la cosa no queda ahí, el pueblo entero decidió darme la espalda, los que antes eran mis amigos ahora eran mis mayores enemigos, mis vecinos me evitaban como si aquello fuese contagioso e incluso las chicas se reían de mi condición y me amenazaban constantemente para que no me acercara a sus parejas.

Un día decidí acabar con eso y salir de aquel lugar y a día de hoy, sin duda puedo decir que ha sido la mejor decisión que he tomado en la vida.

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